CUANDO ROSALÍA CANTA DE DIOS... fe, arte y la mística contemporánea.
- Raquel Reguera

- hace 4 días
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Actualizado: hace 3 días
He leído titulares que describen a una cantante popular como mística, y artículos que hablan de ascensión, de éxtasis, incluso de una nueva “santa del pop”.
Y me alegra.
Porque cuando el mundo vuelve a pronunciar el nombre de Dios, significa que todavía hay sed de lo eterno.
Pero también me deja pensativa —y un tanto sobrecogida— intentar encajar esta alusión "divina" en la música, tal vez porque, en el fondo, reconozco el camino estrecho por el que transitamos muchos artistas que cantamos de Dios, sin ruido ni aspavientos, intentando mantener viva la llama de la fe entre melodías atemporales y latentes.
Y sí… aunque el mundo hoy se asombre, aún quedan algunos de esos "loquitos" místicos que, en la sombra, lejos del glamour de tanta vanagloria, entiende que cada acorde que nace de su guitarra responde al latido de una oración íntima y llorada.

Pero os confieso algo: también duele.
Duele haber traído un mensaje espiritual cantado desde hace décadas, sin luces, sin titulares, sin estrategias millonarias ni playlist reservadas solo para unos cuantos “elegidos”, y ver que lo que antes se rechazaba por “raro” o incluso “sectario”, hoy se aplaude bajo el amparo del marketing perfecto.
Pero lejos de querer disparar los prejuicios de la envidia, quisiera alzar un bravo por Rosalía. Sí… bravo.
Porque, más allá de su magistral nivel musical y la manifestación pública de su necesidad genuina de artista en búsqueda, no tenía por qué hacerlo… y, sin embargo, lo hizo.
Se atrevió a pronunciar el nombre de Dios, en un mundo que ha agotado el discurso espiritual y que a menudo se inclina por una teología autosalvítica, antes de volver a alzar los ojos a los montes, preguntándose, como el salmista:
“¿De dónde vendrá mi socorro?”(Salmo 121:1)
Y eso, queridos, es un acto de riesgo y de arrojo. Un gesto que no busca ser reconocido, solo comprendido.

Pero no quiero hablar solo desde mi faceta artista, sino desde mi voz de mujer, teóloga y socióloga cristiana.
Porque cuando una mujer pronuncia el nombre de Dios, el eco nunca suena igual.
El mundo todavía no sabe qué hacer con una voz femenina que ora sin permiso, que piensa teológicamente sin sotana, que escribe himnos sin altar.
Y menos aún cuando esa voz no busca ser musa ni mártir, sino testigo de Cristo.
Durante siglos, la fe en labios de mujer fue tomada por emoción, no por teología;
por sensibilidad, no por pensamiento.
Sin embargo, somos nosotras —las que cantamos, estudiamos, batallamos y seguimos orando— quienes hemos mantenido encendida la llama en los tiempos del desencanto. Nuestra teología a veces no se escribe con tratados, sino con la fuerza que da el desamparo o la injusticia, manifestada en el poder del quebranto reflejado en lágrimas como diamantes, o con la intrínseca y numinosa sutileza de la música y sus canciones. Porque el alma femenina, cuando se encuentra con Dios, pocas veces teoriza: sencillamente alumbra.
Y así, desde las mesas de cocina hasta los conventos, pasando por campos de batalla y cárceles, las mujeres siempre hemos tratado de mantener nuestra lámpara encendida. Susanna Wesley enseñando las Escrituras entre hijos y ollas; Corrie ten Boom escondiendo judíos en su casa mientras recitaba los Salmos; Teresa de Jesús recordándonos que “también entre los pucheros anda el Señor”; Sojourner Truth levantando su voz por la dignidad divina de toda mujer en una sociedad esclavista; Elisabeth Elliot escribiendo que la obediencia no es debilidad, sino amor en acción; Hildegard von Bingen, que con su música y su teología natural nos recordó que la fe no se impone sino florece, como esa viriditas (la vida verde de Dios) que sigue creciendo en medio del desierto o Simone Weil, la filósofa del hambre del alma, que buscó a Dios no desde el privilegio de la certeza, sino desde el filo del vacío, demostrando que la fe también puede nacer del asombro y la herida.

Ellas, y cientos más, de toda época y latitud, han traído luz donde el mundo solo ve sombra. Han tejido teología con sus manos, sus cantos, sus pruebas personales y sus suspiros de sufrimiento y esperanza.
Por tanto, es maravilloso comprender como de los susurros de los claustros o los clamores entre muros invisibles a la voz amplificada de los escenarios, la búsqueda de Dios no ha callado: solo ha cambiado de tono.
Y en otro plano, muy distinto pero también revelador como es el cultural, se alza LUX, el nuevo álbum de la cantante española Rosalía, con el intento artístico de traducir lo eterno y divino al lenguaje de nuestra época.
Quiero aclarar, que no escribo estas líneas para juzgar LUX como teología, ni a Rosalía como mística, pero no puedo pasar por alto la resonancia espiritual que su obra ha despertado. Pero siento la responsabilidad y la ilusión de escuchar cada nota de este trabajo con discernimiento, para entender qué sed espiritual está hablando a través del arte.
Analizando LUX desde una perspectiva teológica descubrimos un fenómeno cultural más amplio que Rosalía simplemente encarna con talento e intuición. Sin proponérselo, refleja la teología contemporánea dominante: una espiritualidad de

la emoción, la imagen y la experiencia religiosa individual. Es la demostración vital de una fe convertida en estética envuelta en una teología sin credo, pero con sensibilidad; carente de altar, o púlpito, pero con muchas simbología y alejada de todo tipo de confesión, pero con lenguaje sagrado.
Esta corriente no busca al Dios que se revela, sino al sentimiento de lo divino que se imagina o percibe.
Como advierte el filósofo y teólogo reformado James K. A. Smith, buena parte de la teología moderna se ha rendido al proyecto del yo ilustrado: un cristianismo moldeado por la experiencia y el deseo más que por la Palabra.
Por eso, en LUX, lo divino se descubre más como una atmósfera que como una persona; más como energía que como encuentro. Se mueve dentro de una espiritualidad abierta, pluralista y estética, más cercana a la mística cultural contemporánea que a la teología cristiana confesional. Como señaló el teólogo español José María Mardones, vivimos una época de “religión sin Dios”, donde la sed de lo trascendente persiste, pero ha cambiado de forma: ya no se busca al Dios que se revela, sino la emoción de lo divino que se siente.
Por eso, en sus letras, la artista no nos descubre una confesión explícita de Cristo como Señor y Redentor (ni siquiera en Mio Cristo Piange Diamanti) sino una evocación de lo divino como energía, belleza o símbolo.
Pero eso no invalida su búsqueda, ni mucho menos: pone de manifiesto que aún hay hambre de trascendencia en la cultura de nuestro siglo.
Pero tanta referencia divina nos invita, como creyentes, a discernir la diferencia entre la fe que emociona y la fe que encarna; entre la verdadera sed de Dios y el encuentro con Cristo.
En mi caso todavía estoy muy lejos de ser una celebrity mística, pero la única realidad que me define es que soy una mujer que encontró a Cristo y decidió seguir cantando, aunque no encajara en ningún molde.
Y me di de bruces con un mundo que convierte la fe en tendencia y que no acepta conceptos como transcendencia, eternidad, vivir o morir fuera de sus tiempos y conveniencias. Pero me encontré con un Jesucristo que aún se sienta en la mesa de los que, como yo, dudan, cantan y esperan, entendiendo que la verdad, cuando se canta desde tu esencia, nunca pasará de moda.
Porque la religión solo es pura cuando nace del encuentro, cuando deja de ser sistema y se vuelve relación y cuando la fe no se practica, sino que se habita en Cristo.
Así es que, si la cultura vuelve a pronunciar el nombre de Dios, bienvenida sea.
Tal vez por esa rendija entre el arte y el alma, entre lo comercial y lo eterno, Dios vuelva a colarse en las canciones. Y cuando eso ocurra, ahí estaremos quienes lo cantamos desde siempre, para seguir entonando Su Nombre, aunque solo sea en lo íntimo.

Referencias:
Las ideas teológicas y referencias culturales aquí expresadas se apoyan en los trabajos de José María Mardonés, James K. A. Smith y en textos clásicos de Teresa de Jesús, Simone Weil y otras pensadoras que exploraron la dimensión espiritual del arte y la fe.




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