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LA MUERTE DEL PAPA EN LA ERA DE LA IA

  • Writer: Raquel Reguera
    Raquel Reguera
  • 5 days ago
  • 3 min read

Updated: 4 hours ago

La muerte del Papa Francisco no marca solamente el final de un papado, sino el cierre de un capítulo marcado por un liderazgo desafiante, reformador y pastoral, que se atrevió a cuestionar estructuras rígidas y a tender puentes más allá del catolicismo. Una despedida resonante, que a su vez despierta el duelo de múltiples voces teológicas que, desde diversas tradiciones y enfoques, seguimos creyendo en la fe como el hilo vital que nos une a Dios, en un mundo cada vez más desconectado de lo espiritual y preso de lo virtual. 


No es mi intención enfocar este escrito como un análisis de su teología o su forma de vivir la vida, pues considero que cada cual contiende con sus propias conciencias, se enfrenta a sus propios contextos y en muchos casos todavía es libre para escoger la opción que considera mas acertada. Pero percibo que en una cultura que ya no tiene tiempo para el alma y donde nuestros jóvenes son rehenes de la simplicidad etérea y pseudo trascendental de su nuevo mundo de pantallas supervisas, la despedida de un hombre que vivió hablando y luchando por «el espíritu»  deja a la sociedad en su conjunto con un vacío casi agónico. 


Y sí, hablo de sociedad en general, incluso de esa parte atea, secular y materialista, que a pesar de no compartir la fe religiosa, ha estado de alguna manera, influenciada por los valores universales de compasión, justicia y humanidad que provienen de aquellos que creen en lo divino.

Además, no hace falta mucha destreza para darse cuenta de que estos principios parecen desvanecerse ante una vida «instantánea»  que evita hablar de lo «eterno» y se esconde en reels hipnóticos, suficientes para silenciar preguntas profundas. Todo esto, en el marco de unas redes sociales que sirven de trono a algoritmos que reducen deliberadamente nuestra manera de ver la vida y califican como “inválidas” o “retrógradas” las perpetuas inquietudes del alma, cada vez más marchita. 


Preguntas que acostumbraba a hacerse el ser humano como ¿quién soy?, ¿ por qué sufro? o ¿qué sentido tiene todo esto?, están siendo pretenciosamente silenciadas por redes que activan a diario nuestro escape dopaminérgico  y que se jactan de amordazar el grito de nuestras conciencias, ya demasiado filtradas. Como el Papa Francisco apuntó: «vivimos en una cultura predominante, el primer lugar está ocupado por lo exterior, lo inmediato, lo visible, lo rápido, lo superficial, lo provisorio. Lo real cede el lugar a la apariencia». (EVANGELII GAUDIUM)



Aún siendo cristiana que prefiere vivir ajena a las etiquetas denominacionales y teóloga para algunos del «equipo contrario», la noticia de su partida me conmueve. Su pérdida deja un vacío no sólo institucional, sino global, sobre todo para esos creyentes católicos, algunos de ellos familiares y amigos, que luchan por creer en lo divino, a pesar de la insistencia de un mundo que, implacable y vertiginoso busca ahogarnos con el ruido de lo efímero, neutralizando así la posible esperanza de una salvación a nuestra propia existencia.


Así, un Papa marcha y otro le sucede, al son fervoroso del culto religioso. Sin embargo, en este relevo humano pareciera que el nombre de Jesucristo se va desvaneciendo, como si el anhelo de una vida eterna se diluyera entre palabras que pretenden ser inclusivas y ritos institucionales. Y más allá del boato y la pompa, veo a nuestros jóvenes, sucumbiendo a la promesa de un futuro inmediato y tangible, con términos salvíticos mas cercanos a la IA que a los impulsados por la Fe vivida en su esencia.



Parafraseando a Raymond Kurzweil, futurista transhumanista, "la distinción entre humanos y máquinas desaparecerá gradualmente a medida que nos fusionemos con la tecnología". Si esto fuera el caso, la pregunta obligada ante esta tesitura, no es solo qué futuro están imaginando nuestro hijos, sino qué tipo de narrativa de salvación están viviendo. ¿Será la del algoritmo o será la del Evangelio?


Menos mal que en medio de este escenario, anima el saber que Cristo, como principio divino y eterno, sigue siendo el verdadero sostén de este mundo.

Aunque las estructuras cambien, nademos como sociedad entre crisis culturales o nuestra fe individual se deconstruya, Jesucristo nunca dejará de tener el timón y por supuesto, seguirá sembrando eternidad allí donde todo parece predictivo, superficial y efímero. 


Texto: Rev. Raquel Reguera

 
 
 

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